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Diego J. Lizcano

Biologist, Mammal ecology and conservation, R and Linux fan

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Esta entrada del blog fue una colaboración a la que muy amablemente fui invitado por Lain E. Pardo.

Esta es una reproducción del texto original, el cual se encuentra en el blog de El Razonante.

Las cámaras trampa (cámaras que se activan automáticamente) se han convertido en el instrumento favorito de investigadores y personas con curiosidad por la naturaleza. Son a su vez una gran forma de interactuar con la sociedad para mostrar la vida salvaje oculta en nuestros paisajes y establecer alianzas eficientes con las comunidades para proteger su diversidad. Sin embargo, la emoción que causan las fotos a veces nos hace olvidar del rigor científico en la forma como mostramos nuestros resultados. En este ensayo hacemos algunas reflexiones sobre la popularidad de esta técnica, la necesidad de interpretar adecuadamente las fotografías que se obtienen y la importancia de no caer en la tentación de publicar todo en las redes sociales sin un análisis riguroso.

Observaciones aisladas no dicen nada sobre las poblaciones.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la aparición de una especie en alguna foto en particular no significa nada en términos de viabilidad de poblaciones o estado de conservación. Algunos científicos o profesionales involucrados en proyectos con cámaras trampa solemos mostrar nuestras fotos durante el proceso de investigación o socialización de resultados. Es una forma de interactuar con las comunidades locales y la sociedad para mostrar las especies que existen a sus alrededores. Sin duda, algo muy importante en un mundo donde la relación con la naturaleza es cada vez menor. Pero, hay que tener cuidado con las conclusiones aceleradas que pueden derivar de una sola foto.

Si bien algunas especies pueden indicar ciertos aspectos relacionadas con el entorno, no se puede suponer nada sin un análisis riguroso. Interpretar y difundir fotos de animales silvestres sin un análisis cauteloso puede tener al menos tres consecuencias inintencionadas: 1) suponer que la población está bien 2) creer que no hay necesidad de un monitoreo, 3) ignorar las potenciales amenazas a la fauna. Por ejemplo, si se registra mediante fototrampeo una especie importante en términos de conservación (amenazada o carismática), esta foto corre el riesgo de interpretarse como que el área esta “rebosante” de vida, o peor aún, creer que no hay ningún impacto. Por otro lado, si no se registra alguna de estas especies puede dar luz verde a la transformación del ecosistema. Esto podría ser especialmente preocupante en estudios de impacto ambiental donde se obtienen conclusiones con base en muestreos muy cortos.

Algunos mamíferos registrados con cámaras trampa en Colombia, arriba y Sudáfrica, abajo

Es importante entender que la fauna es dinámica y se mueve constantemente. El hecho de no detectar una especie “interesante” durante el tiempo de un solo muestreo no quiere decir nada sobre la conservación de esta especie. Del mismo modo detectar una especie en una cámara no es por si misma un indicador de una población estable o un hábitat adecuado, como a veces se sugiere. La especie puede estar simplemente de paso y eso no se puede determinar con una foto aislada (1). Por otro lado, como sugiere el profesor Lindenmayer más avistamientos de animales o especies no significa automáticamente una recuperación en las poblaciones silvestres. Algunas veces la “tendencia” a registrar más individuos pueda deberse netamente a un artefacto de diseño, es decir más esfuerzo de muestreo en un área puede generar más registros (ver problema con estimaciones de tigre en (2).

En muchas ocasiones uno tiende a suponer que si un lugar es más frecuentado por una especie el lugar debe brindar los elementos necesarios. Usualmente es el caso, sin embargo, la distribución de las especies es más compleja, en especial en paisajes antropomórficos y alterados. Es probable que la concentración de ciertos individuos en ciertos lugares no responda a la calidad del sistema sino a la falta de refugios adecuados que hacen que la especie se vea forzada a desplazarse a zonas de baja calidad, incluso a la ausencia de un depredador. Es muy peligroso usar un registro único de una foto (presencia netamente) para sugerir que el lugar “está saludable” (3).

En este sentido, Gill y colaboradores (4), llamaban la atención sobre este tipo de conclusiones y sugieren evitar generalizaciones relacionadas con comportamientos evasivos o acercamiento de animales como un indicador cuando se quieren establecer prioridades de conservación. Es decir, no todas las especies que se acercan a áreas alteradas o antrópicas son menos sensibles o están en menos riesgo que aquellas que tienden a alejarse.

Una pregunta que tal vez deberíamos analizar con más detenimiento es si con el incremento de las publicaciones de fotos de cámaras trampa u otras técnicas similares en medios masivos estaríamos mostrándole a los ciudadanos una falsa percepción de que “todo está bien”. Al fin y al cabo “una imagen vale más que mil palabras”, no?.

No todas las especies son iguales.

Como los ciudadanos no conocen bien la ecología de las especies (y no es su deber), se tiende a pensar que un registro aislado es un resultado importante. En el mundo, las especies endémicas y raras son cada vez más escasas, mientras que especies bien adaptadas tienen a expandirse en todo tipo de paisajes, transformados o no. De manera que hay que considerar la ecología de la especie antes de establecer si el registro es positivo, negativo o novedoso. Los zorros y pumas por ejemplo, pueden colonizar nuevas áreas agrícolas sin mucho problema(5). Al ser especies tan flexibles ecológicamente sus efectos en los ecosistemas pueden ser no deseados (e.g. aumentar la depredación de especies más pequeñas) y entrar en conflicto con los pobladores locales por el incremento en la frecuencia de depredación de animales domésticos. Si se debe celebrar o no, que se registren por primera vez este tipo de especies, debe ser un tema de estudio específico.

Gracias al fototrampeo hemos registrado que afortunadamente hay especies conviviendo cerca de los humanos y en paisajes agrícolas. Esto sin duda es interesante y alentador, pero no debemos bajar la guardia asumiendo que estas especies están en buen estado de conservación. Pardo y colaboradores (6), por ejemplo, llaman la atención sobre algunas especies que son comunes en cultivos de palma de aceite en Colombia, pero que dependiendo del contexto paisajístico incluso estas especies podrían verse en riesgo si la proporción de palma en un paisaje sobrepasa ciertos umbrales. No porque sean comunes y tolerantes a la palma implica automáticamente que estén fuera de riesgo.

El “efecto contrario” en la divulgación de fotos (“The backfire effect”).

Indiscutiblemente la divulgación científica es fundamental para que la sociedad entienda la importancia de la conservación de la biodiversidad. Lo es así mismo presentar a la sociedad los triunfos y las cosas por mejorar en esta carrera por la proteger la naturaleza. Sin embargo, en nuestro afán por divulgar y comunicar nuestros resultados se corre el riesgo de generar efectos no deseados o “backfire”.

Un buen ejemplo de esta situación la describen muy bien Glenn y colaboradores(7) sobre la gran divulgación de campañas, noticias y reportes relacionadas con la cacería ilegal de rinocerontes en África. La intención principal de estos comunicados suele ser la de mostrar la crisis y generar reflexión sobre por qué esta actividad ilegal es dañina para la naturaleza. Sin embargo, sin quererlo, estas comunicaciones suelen no tener eco e incluso pueden promocionar la cacería al e informar nuevas formar de hacer dinero “fácilmente” (leer el artículo para entender las razones psicológicas detrás de esto).

Para los científicos es motivo de satisfacción registrar la presencia de una especie donde se presumía extinta o donde no se había registrado. Usualmente la reacción es publicarlo en revistas científicas y luego en medios masivos (o viceversa). Sin embargo, al igual que el ejemplo del rinoceronte, esto puede poner en riesgo la conservación de estas especies. Una de las razones principales es que tanto en publicaciones científicas como en medios masivos se suelen dar a conocer los lugares donde se registran estas especies raras o atractivas en el mercado negro. Esto combinado con la carencia de vigilancia en muchos países, podría facilitar la labor de los cazadores o traficantes de fauna, quienes podrían usan esa información.

La divulgación también podría informar a los pobladores la presencia de especies no deseadas o con las cuales hay conflicto, por lo que se podría intensificar la cacería o persecución. Como se ha demostrado, el Facebook ha sido empleado eficientemente por el mercado ilegal de especies y muchas fotos o selfis con animales hermosos indirectamente han incrementado el mercado al despertar sentimiento consumistas en usuarios de la redes (el “yo quiero una”).

Si estamos promoviendo indirectamente casos de “efectos no deseados” con la divulgación de fotos de cámaras trampa, aún está por ser estudiado, pero sin duda es una gran posibilidad. Muchos de los que trabajamos con especies amenazadas y carismáticas usualmente tenemos cuidado con lo que reportamos. Por ejemplo, en nuestro proyecto Snapshot South Africa, que tiene un gran componente de ciencia ciudadana para la identificación de las fotos, hacemos un filtro para no dejar en las plataformas de internet ninguna foto de especies amenazadas.

El rinoceronte de java está críticamente amenazado por cacería. Sin embargo, las redes sociales estuvieron saturadas con la noticia del avistamiento de dos bebes ¿será esto prudente? De igual forma ocurre con varias publicaciones de investigaciones en Latinoamérica u otras partes del mundo. Que efecto contrario podría producir el reportar los nacimientos de una especie tan críticamente amenazada y tan temida por pobladores como el lobo gris? será que debemos preguntarnos mejor si es conveniente reportar la presencia de jaguar u otras especies en medios masivos siendo que estas especies son tan perseguidas por miedo y por el mercado negro? O por el contrario, ¿podrían estas noticias ser una fuente de presión social para que las autoridades ambientales se encarguen de la protección del lugar?

¿Será necesario ser tan específicos en la promoción de nuestros proyectos? Por ejemplo, comentar abiertamente información como “Las primeras estimaciones indicaron la presencia de 1.5 jaguares por cada 100 kilómetros cuadrados, lo que ha permitido estimar que en la triple frontera podría haber unos 2000 felinos.” ¿A quien le sirve esa información? ¿Eso es muchos o pocos jaguares? Los científicos tenemos clara la incertidumbre asociada a cualquier estimación debido a efectos estadísticos o de muestreo, pero ¿que podría interpretar el público en general con estas afirmaciones? Es más, ¿Si son primeras estimaciones, vale la pena reportarlas? No tenemos respuestas a estas preguntas, tampoco evidencias de efectos no deseados del fototrampeo, pero nos parece prudente empezar a reflexionar en estos temas y aplicar el principio precautorio antes de publicarlo todo en redes sociales.

Informar no es conservar.

Otro error que cometemos es creer que estudiar las especies es conservación por sí misma. Sin duda es fundamental y nos permite estudiar los sistemas y registrar lo que está pasando, pero sin un vínculo político o con tomadores de decisiones, no significa mucho para la conservación y no deja de ser ecología e historia natural. De manera que el solo hecho de instalar cámaras trampa para ver que se registra no implica que estemos haciendo conservación (a veces ni siquiera ciencia). Tristemente, tomar datos o informar sobre nuestras investigaciones no es conservar. Como dice el profesor Ellison “mejores datos, no van a salvar los elefantes, rinocerontes o cualquier otra especie”. Aunque es algo frustrante para nosotros, los científicos de vida silvestre, la realidad es que rara vez nuestros resultados pueden aplicarse completamente a la conservación o en otras ocasiones nuestros resultados son simplemente ignorados.

Con Twitter, Facebook y el sin número de redes sociales a veces los científicos sentimos que tenemos que comunicarlo todo, y tal vez no siempre debería ser así. Aunque no es tema de este ensayo, el afán por mostrar resultados se está convirtiendo probablemente en un arma de doble en la ciencia (ver por ejemplo(8). A veces incluso se reportan fotografías de animales como una primicia, como si fuera la primera vez que se conoce de la especie. Sin embargo, no siempre es así. Los pobladores o la comunidad científica sabe usualmente de las distribuciones históricas de las especies, así que hay que entender un poco más los contextos históricos. Ahora bien, las cámaras trampa si nos brindan una gran oportunidad de mostrar evidencias sobre la presencia de especies raras, de las que tal vez solo habian indicios.

Instalación de  cámaras trampa en dos ecosistemas muy distintos para detectar mamíferos medianos y grandes (bosque secundario Colombia-izq y semidesierto en Sudáfrica-der).

Las cámaras trampa son una herramienta poderosa que nos han permito a los científicos hacer mejor ciencia y conectarnos con la sociedad como nunca antes. Sus alcances y las capacidades tecnológicas son cada vez mejores. Sin embargo, creemos que debemos reflexionar un poco más sobre la forma en que mostramos nuestros resultados al público general. La ciencia es un proceso cauteloso y rigoroso, por lo que debemos pensar dos veces a la hora de sacar conclusiones sobre la conservación de las especies cuando compartimos nuestros resultados. No pretendemos subestimar la importancia de la técnica o la divulgación de la ciencia, simplemente creemos que es importante preguntarnos ciertas cosas antes de divulgar ciertos resultados para evitar consecuencias no deseadas al momento de hacerlo.

Entendemos lo frustrante que puede ser tener que hacer un sin número de consideraciones cuando uno solo quiere mostrar la belleza de la naturaleza, pero tal vez es hora de hacerlas como científicos o como coordinadores de proyectos de fototrampeo.

Lain E. Pardo (PhD). Nelson Mandela University.

Diego J. Lizcano (PhD). The Nature Conservancy (TNC), Colombia.

Literatura citada.

  1. Mackenzie DI, Royle JA. Designing occupancy studies: general advice and allocating survey effort. J Appl Ecol [Internet]. 2005 Dec [cited 2016 May 8];42(6):1105–14. Available from: http://doi.wiley.com/10.1111/j.1365-2664.2005.01098.x

  2. Gopalaswamy AM, Karanth KU, Delampady M, Stenseth NC. How sampling‐based overdispersion reveals India’s tiger monitoring orthodoxy. Conserv Sci Pract. 2019;1(12):1–11.

  3. Hamel S, Killengreen ST, Henden J-A, Eide NE, Roed-Eriksen L, Ims RA, et al. Towards good practice guidance in using camera-traps in ecology: influence of sampling design on validity of ecological inferences. O’Hara RB, editor. Methods Ecol Evol [Internet]. 2013 Feb 1 [cited 2020 Apr 11];4(2):105–13. Available from: http://doi.wiley.com/10.1111/j.2041-210x.2012.00262.x

  4. Gill JA, Norris K, Sutherland WJ. Why behavioural responses may not reflect the population consequences of human disturbance. Biol Conserv. 2001;97:265–8.

  5. Pardo LE, Campbell MJ, Edwards W, Clements GR, Laurance WF. Terrestrial mammal responses to oil palm dominated landscapes in Colombia. Yue B-S, editor. PLoS One [Internet]. 2018 May 24 [cited 2018 May 26];13(5):e0197539. Available from: http://dx.plos.org/10.1371/journal.pone.0197539

  6. Pardo LE, Roque F de O, Campbell MJ, Younes N, Edwards W, Laurance WF. Identifying critical limits in oil palm cover for the conservation of terrestrial mammals in Colombia. Biol Conserv [Internet]. 2018 Nov 1 [cited 2018 Sep 12];227:65–73. Available from: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0006320718304725

  7. Glenn I, Ferreira SM, Pienaar D. Communication on rhino poaching: Precautionary lessons about backfires and boomerangs. S Afr J Sci. 2019;115(3–4):2–5.

  8. Locascio JJ. The Impact of Results Blind Science Publishing on Statistical Consultation and Collaboration. Am Stat [Internet]. 2019;73(sup1):346–51. Available from: https://doi.org/10.1080/00031305.2018.1505658